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Lámpara del Santísimo

La lámpara del Santísimo tiene origen ya en el Antiguo Testamento, donde Dios ordenó que una lámpara llena con el más puro aceite de oliva debía arder constantemente en el tabernáculo del Testimonio sin el velo (Éx. 27,20.21).

La Iglesia prescribe que al menos una lámpara debe arder continuamente ante el tabernáculo (Rit. Rom. IV, 6), no sólo como ornamento del altar, sino para propósitos de culto. Constituye, además, una señal de honor. Su propósito es recordarles a los fieles la presencia de Cristo y es una profesión de su amor y afecto. Místicamente denota a Cristo, pues con esta luz material se representa a Aquél que es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Juan 1,9).

Si los recursos de la iglesia lo permiten, es regla del Caeremoniale Episcoporum (1, XII. 17) que debe arder más de una luz ante el altar del Santísimo Sacramento, pero siempre en número impar, es decir, tres, cinco, siete o más.

Por lo general, la lámpara es suspendida ante el tabernáculo por medio de una cadena o cuerda, y debe quedar lo suficientemente alta y retirada de los peldaños del altar altar para no causar molestias a los que participan en el santuario. También se puede colgar o colocar sobre un soporte al lado del altar, siempre que esté frente el altar y dentro del santuario propiamente dicho (Sag. Cong. Rit., 2 jun. I883).

La lámpara de altar puede estar hecha de cualquier metal y puede tener cualquier forma. Según la opinión de reconocidos teólogos, sería una negligencia grave, que sería pecado en materia grave, dejar el altar del Santísimo Sacramento sin esta luz por tiempo prolongado, como por ejemplo un día o varias noches (St. Lig., VI, 248).

Tomado de Enciclopedia Católica online

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